Los estudios demoscópicos reflejan una tendencia al alza de la desafección política. Crece, siempre crece. Lo hace hasta convertirse en uno de los principales problemas de los ciudadanos. Aunque esa inclinación no es exclusiva de España, aquí la mezcla con otros dramas sociales, le da carácter de seria amenaza. Vivimos en mitad de una plomiza crisis, en una especie de tormenta indefinida. En ese escenario, no creemos en los políticos. Es decir, no confiamos en las soluciones, en las instituciones. La conclusión tan lógica como peligrosa bien puede ser la siguiente: Esto no tiene arreglo. A esta reflexión, podéis añadir la retahíla de efectos secundarios que conocemos muy bien. Sólo el capítulo corrupción os ocupará un buen rato.
Podemos hacer dos cosas: todo a nada. Os propongo la primera. Organicémonos y exijamos un gobierno de los mejores. Busquemos a los profesionales que han huido de la política, a la gente sabia, a las personas que viven en el mundo real. El golpe fresco de la juventud y el sereno de la experiencia, las ganas de vivir, de construir, de mejorar, progresar… La “crisis” jamás controlará las oportunidades que deja en su proceso destructivo. Sólo tenemos que identificarlas y ocuparlas.
No olvidemos que el actual “modelo” fue diseñado en un momento crítico de la historia de España: desaparecía un dictador. Los militares tenían pocas ganas de dar una oportunidad a la incipiente democracia y España rezumaba nacional-catolicismo por todos sus poros, sin experiencia en participación democrática, social. Fue una transición valiente, pero tutelada. Una monarquía democrática diseñada para ese momento, con un aparato del Estado que no fue sustituido eliminado por otro; sólo transformado. Visto con perspectiva histórica, en estos años no hemos vivido la experiencia de una Democracia plena, más bien parcheamos una transición que hace tiempo que debíamos haber transformado.
Es importante que nuestro Estado sea la suma de las decisiones de los ciudadanos, más allá de las votaciones para elegir a nuestros representantes. Una democracia sana es aquella en la que la sociedad participa, interacciona con los poderes elegidos por los ciudadanos. Una democracia sana es una democracia participativa, donde se establecen permanentes cauces de intercomunicación y decisión entre representantes y representados.
Hoy más que nunca, la ciudadanía da la espalda a un modelo en el que no cree. Antes de pensar en partidos políticos, laicidad, República o Monarquía…recuerdo a Einstein: “La formulación de un problema es mas importante que su solución”
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