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jueves, 6 de diciembre de 2012

Por una nueva Constitución en España.

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La Democracia es una forma de convivencia, quienes la definieron, los que lucharon para que fuese posible en todos los confines del Mundo, lo hicieron buscando la igualdad, la libertad, la justicia, la verdad, todos adjetivos solemnes y de un enorme calado colectivo, fundamentales para el desarrollo de la humanidad y el progreso de los pueblos. Por la Democracia y lo que ella significa muchos dejaron su vida, se alzaron contra dictadores, absolutistas y gentes despreciables, para poder vivir en una sociedad, en un Mundo mejor.

La implicación de Díaz Ferrán (ex presidente de la Patronal), de Urdangarin (miembro de la familia real español), de ex presidentes de Comunidad Autónoma, alcaldes, empresarios de todo tipo, tramas completas que desviaban el dinero de la sociedad, bancos que especulaban con lo poco que tenían las familias y todo ello mientras son miles los desahucios, millones los desempleados, cuando día tras día se nos anuncia un nuevo recorte en derechos sociales, o en sanidad o en educación alejándonos así aún más de esa igualdad soñada por los demócratas. Todo ello pone en jaque más que nunca la concepción democrática de nuestro país. Nuestra Democracia está enferma. O procedemos a una profunda reforma de valores democráticos, de principios éticos, de fundamentos esenciales o estaremos condenados a vivir en una Democracia de tercera.

Se debe reformar profundamente la Constitución, elaborada por el pueblo, participada por la sociedad civil, una Constitución que devuelva los sagrados valores de la ética, la libertad, la igualdad a quien le pertenecen que es el Pueblo. Decía un economista que “los modelos están para usarlos, no para creer en ellos”, y nos dirigen personas que creen en los modelos, olvidan por tanto el fin último para el que sirve el modelo que no es otro que construir sociedades mejores y más justas. Nos imponen un modelo capitalista ultraconservador porque creen en él ciegamente, porque no creen que todos debamos ser iguales, porque no creen que todo el mundo debe de tener la posibilidad de recibir la mejor educación, indistintamente de sus ingresos y pública, porque no creen en el modelo sanitario público de salud, donde todos tengamos acceso a los más últimos avances científicos, porque no creen que todo el mundo tenga derecho a una vivienda digna. Para ellos están los ricos y los pobres, la gente de bien y el populacho. Porque creen que solo unos pocos deben de tenerlo y poseerlo todo, y la inmensa mayoría trabajar para que eso sea así. Esa es la lucha que se libra en estos momentos, una lucha que disfrazan pseudoperiodistas que se llaman opinadores y columnista que parecen saber de todo, pero solo dicen lo que le manda el amo, el mercado, el poder establecido, el lobby de turno, el grupo mediático o incluso los poderes fácticos más activos que nunca, como puede ser la iglesia.


Estamos secuestrados en una Democracia a medias, donde se tiene miedo reformar la Constitución, como si esta fuese un libro sagrado incuestionable. La Constitución, de la que hoy celebremos su aniversario, debe ser reformada y adaptada al tiempo, al momento que vivimos, a la verdad y la realidad presentes. Ya no hay ruido de sables, los peligros están en las altas torres de cristal de las grandes compañías y del capital que todo lo amenaza. La Constitución no debe solo establecer que tenemos derecho a un trabajo o a una vivienda digna, debe desarrollar cuales son los mínimos que todo ciudadano por el hecho de serlo debe de tener, en vivienda, en trabajo, en prestaciones, en educación, en sanidad, en dependencia, en cultura, en radio televisión pública, en justicia, en derechos y libertades civiles. No puede ser que cada gobierno de turno nos cambie o amenace con hacerlo leyes fundamentales, no puede ser que cada recurso ante los altos tribunales dependan sus sentencias de la mayoría ideológica que forme el alto tribunal, no puede ser que sigamos viviendo en un reino porque el término “súbdito” por muy modernizada que se quiera hacer la palabra conlleva sometimiento.

Las calles piden en voz alta, y cada vez por más gente, cambios, y pide cambios profundos. No están dispuestos a que se maquillen más sus anhelos de un nuevo tiempo.

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