jueves, 6 de diciembre de 2012

La Constitución Española fue redactada en los primeros días de una España sin dictador, pero sin una democracia, con grandes dudas sobre el futuro de la misma. El ruido de sables aún sonaba en los cuarteles, y el monarca que aún lo era por designio del dictador hacia equilibrios para evitar que se despeñara el proceso. Los partidos de izquierda respaldaron esa Constitución mirando de reojo que ocurría en una España donde las calles aún olían a incienso y palios bajo los que desfilaba el dictador, una España gris de tecnócratas de una dictadura que ocupaban todos los puestos importantes en las instituciones presentes y en las que se crearían. El Opus en aquellos tiempos coloco estratégicamente a su gente en las instituciones, se acepto una monarquía frente a una república porque era eso o la confrontación de nuevo, y había demasiados muertos a las espaldas de muchos españoles, unos por la guerra, otros por la represión, y otros por el hambre que vino tras la guerra, y quizás por temor.

Más de tres décadas después, esta España es más moderna, ha ido soltando los complejos del Nacional Catolicismo y abriendo las puertas a una concepción social más amplia, legalizado el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, creado la sanidad (pública, universal y gratuita que no existió hasta la llegada del socialismo), aumentado exponencialmente la calidad de la enseñanza pública, acceso a la universidad, un sistema de pensiones digno, y un largo etcétera de conquistas sociales. Nada parecido a esa España en blanco y negro, gris mental. ¿Escribiríamos la misma Constitución hoy que hace más de tres décadas?

Hace poco tuve la oportunidad de tener una reunión en el Parlamento Europeo, en la que un compañero del Grupo Socialista a una pregunta sobre si Europa tenía futuro contestó, si en la época del Imperio Romano, o del Británico, o el Español, o en el esplendor de la civilización Egipcia o Maya, alguien preguntase si se acabaría, les dirían que si estaban locos, y todo eso paso y dio lugar a otras concepciones, a otros tiempos, a otras formas de convivencia, normas y estrategias políticas. Yo pregunto, ante el ataque sistemático del capitalismos neoliberal y de los mercados financieros ¿está garantizada la sanidad (púbica, gratuita y universal) la educación pública de calidad, el acceso libre de todos (independientemente de las rentas) a la universidad, a unas pensiones dignas y como las conocemos, a una protección de los dependientes, al mantenimiento de leyes que protegen derechos civiles como el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo? ¿Puede un gobierno con mayoría absoluta amplia cambiar todo esto? ¿Estamos libres de retroceder en derechos fundamentales y libertades por interés del mercado y el capital? ¿Se respetan todos los principios fundamentales de la Constitución Española, tales como los relacionados con el trabajo, la vivienda?

Está claro que es momento de hacer una reforma en profundidad de la Carta Magna, simplemente establecer en la misma todos los derechos y libertades conquistadas en estas tres décadas, y que ahora parecen estar en peligro, de tal forma, que gobierne quien gobierne, estén garantizados. De lo contrario no tardando mucho, tendremos mucho menos que cuando se redacto la actual Constitución. Luchemos por cambiarla, la sociedad lo pide, la mayoría social lo pide.
La Democracia es una forma de convivencia, quienes la definieron, los que lucharon para que fuese posible en todos los confines del Mundo, lo hicieron buscando la igualdad, la libertad, la justicia, la verdad, todos adjetivos solemnes y de un enorme calado colectivo, fundamentales para el desarrollo de la humanidad y el progreso de los pueblos. Por la Democracia y lo que ella significa muchos dejaron su vida, se alzaron contra dictadores, absolutistas y gentes despreciables, para poder vivir en una sociedad, en un Mundo mejor.

La implicación de Díaz Ferrán (ex presidente de la Patronal), de Urdangarin (miembro de la familia real español), de ex presidentes de Comunidad Autónoma, alcaldes, empresarios de todo tipo, tramas completas que desviaban el dinero de la sociedad, bancos que especulaban con lo poco que tenían las familias y todo ello mientras son miles los desahucios, millones los desempleados, cuando día tras día se nos anuncia un nuevo recorte en derechos sociales, o en sanidad o en educación alejándonos así aún más de esa igualdad soñada por los demócratas. Todo ello pone en jaque más que nunca la concepción democrática de nuestro país. Nuestra Democracia está enferma. O procedemos a una profunda reforma de valores democráticos, de principios éticos, de fundamentos esenciales o estaremos condenados a vivir en una Democracia de tercera.

Se debe reformar profundamente la Constitución, elaborada por el pueblo, participada por la sociedad civil, una Constitución que devuelva los sagrados valores de la ética, la libertad, la igualdad a quien le pertenecen que es el Pueblo. Decía un economista que “los modelos están para usarlos, no para creer en ellos”, y nos dirigen personas que creen en los modelos, olvidan por tanto el fin último para el que sirve el modelo que no es otro que construir sociedades mejores y más justas. Nos imponen un modelo capitalista ultraconservador porque creen en él ciegamente, porque no creen que todos debamos ser iguales, porque no creen que todo el mundo debe de tener la posibilidad de recibir la mejor educación, indistintamente de sus ingresos y pública, porque no creen en el modelo sanitario público de salud, donde todos tengamos acceso a los más últimos avances científicos, porque no creen que todo el mundo tenga derecho a una vivienda digna. Para ellos están los ricos y los pobres, la gente de bien y el populacho. Porque creen que solo unos pocos deben de tenerlo y poseerlo todo, y la inmensa mayoría trabajar para que eso sea así. Esa es la lucha que se libra en estos momentos, una lucha que disfrazan pseudoperiodistas que se llaman opinadores y columnista que parecen saber de todo, pero solo dicen lo que le manda el amo, el mercado, el poder establecido, el lobby de turno, el grupo mediático o incluso los poderes fácticos más activos que nunca, como puede ser la iglesia.


Estamos secuestrados en una Democracia a medias, donde se tiene miedo reformar la Constitución, como si esta fuese un libro sagrado incuestionable. La Constitución, de la que hoy celebremos su aniversario, debe ser reformada y adaptada al tiempo, al momento que vivimos, a la verdad y la realidad presentes. Ya no hay ruido de sables, los peligros están en las altas torres de cristal de las grandes compañías y del capital que todo lo amenaza. La Constitución no debe solo establecer que tenemos derecho a un trabajo o a una vivienda digna, debe desarrollar cuales son los mínimos que todo ciudadano por el hecho de serlo debe de tener, en vivienda, en trabajo, en prestaciones, en educación, en sanidad, en dependencia, en cultura, en radio televisión pública, en justicia, en derechos y libertades civiles. No puede ser que cada gobierno de turno nos cambie o amenace con hacerlo leyes fundamentales, no puede ser que cada recurso ante los altos tribunales dependan sus sentencias de la mayoría ideológica que forme el alto tribunal, no puede ser que sigamos viviendo en un reino porque el término “súbdito” por muy modernizada que se quiera hacer la palabra conlleva sometimiento.

Las calles piden en voz alta, y cada vez por más gente, cambios, y pide cambios profundos. No están dispuestos a que se maquillen más sus anhelos de un nuevo tiempo.
 
© 2013 Miguel Ángel Curieses Gaite con la tecnología de Blogger.
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